Se cuenta que allá por los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo frecuentaba el barrio de San Román y los alrededores de la Puerta Osario un gitano de mediana edad al que llamaban algunos Fortuoso y otros Fructuoso. Era persona de condición muy humilde, más aún que la sencilla gente del barrio. Se ganaba el buen hombre la vida vendiendo tabaco lavado que ofrecía en una caja, recurso éste de pobres y para pobres en aquellos años de escaseces y penurias. No pertenecía a ninguna de aquellas familias gitanas enraizadas en la collación, ni tampoco a las de la otra orilla del rio, a las del viejo arrabal y guarda. Nadie sabía sus apellidos, nadie lo conocía mucho, y ni siquiera se tenía constancia de si era realmente sevillano o venido de otros lares. Amable en el trato, aunque de carácter muy reservado, iba siempre solo, porque además los vecinos lo miraban con un respeto casi reverencial. Una circunstancia especial que en él recaía imponía esa consideración: Fortuoso, de tez cetrina y cerrada barba, era idéntico al Señor de la Salud, y la cosa no tenía mucha explicación. Se sabía que, años antes, Fernández Andes no había utilizado a ningún modelo a la hora de hacer a nuestro sagrado titular, y sólo se sirvió de viejas fotografías de la desaparecida imagen atribuida a Montes de Oca ¿Cómo se parecía ese hombre tanto al Señor?
Traigo a este blog la leyenda de Fortuoso porque conservo en casa un poema que escribió Manuel Rodríguez Rico (1943-2012), amigo de mi padre y persona muy devota del Señor de la Salud. Mi padre quiso incluirlo en un número del boletín de la hermandad, allá por los primeros años noventa, aunque finalmente no llegó a publicarse. Los versos son un retrato de aquella calle Sol, tan distinta a la actual, en la que se crió su autor, con un recuerdo señalado para las familias gitanas que la habitaban y especialmente para Manuel Bermúdez Vargas, hermano al que ya nombramos en estas páginas. Terminan con un emotivo final dedicado precisamente a Fortuoso.
Yo, como dice el poema, no nací tampoco en la calle Sol, aunque así conste en los archivos de la parroquia, porque para bautizarme en San Román recurrieron a decir que había nacido en la fragua de Manuel el Mellizo, en el número 114, y a pesar de que no conocí aquel ambiente, y ni mucho menos a Fortuoso, cada vez que lo he leído me ha emocionado. Aquí os lo dejo, esperando que os guste también.
Traigo a este blog la leyenda de Fortuoso porque conservo en casa un poema que escribió Manuel Rodríguez Rico (1943-2012), amigo de mi padre y persona muy devota del Señor de la Salud. Mi padre quiso incluirlo en un número del boletín de la hermandad, allá por los primeros años noventa, aunque finalmente no llegó a publicarse. Los versos son un retrato de aquella calle Sol, tan distinta a la actual, en la que se crió su autor, con un recuerdo señalado para las familias gitanas que la habitaban y especialmente para Manuel Bermúdez Vargas, hermano al que ya nombramos en estas páginas. Terminan con un emotivo final dedicado precisamente a Fortuoso.
Yo, como dice el poema, no nací tampoco en la calle Sol, aunque así conste en los archivos de la parroquia, porque para bautizarme en San Román recurrieron a decir que había nacido en la fragua de Manuel el Mellizo, en el número 114, y a pesar de que no conocí aquel ambiente, y ni mucho menos a Fortuoso, cada vez que lo he leído me ha emocionado. Aquí os lo dejo, esperando que os guste también.
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