jueves, 1 de julio de 2021

EN EL UNO DE SAN ROMÁN

En su novela "Morir en Sevilla" (1), premiada por el Ateneo de la ciudad en 1986, el recordado periodista Nicolás Salas recreaba el convulso ambiente político y social sevillano en los primeros días del verano de 1936. En un capítulo de dicha obra, el autor imagina que el protagonista de la misma, el pintor sueco Torsten Jovinge, fallecido en extrañas circunstancias en los días del alzamiento militar, hace parada en la antigua y desaparecida taberna "El Uno de San Román", lo que sirve a don Nicolás para hacernos un pintoresco esbozo de la hermandad de la época. Todos los hermanos que nombra, como el resto de los personajes de la novela, son reales. A algunos ya los hemos citado más de una vez en estas páginas, y también algunas de las anécdotas que se cuentan han aparecido en nuestro blog reflejadas en los recortes de prensa originales que hemos comentado. Después de todo, la labor literaria del antiguo director del ABC sevillano estaba respaldada por un concienzudo trabajo de investigación en archivos y hemerotecas. Pero no adelantemos más y dejemos que sea la exquisita pluma de don Nicolás Salas la que nos traslade al caluroso mes de julio de aquel aciago año.

***

    -Aquella taberna de allí -dijo el doctor Ariza señalando para una de las cinco esquinas de la plaza- es la de Cuatro Ojos y tiene muy buen estilo. Pero esta noche vamos a ir a El Uno de San Román, esa que hace esquina con las calles del Sol y Matahacas para saludar a mis buenos amigos de la hermandad de los Gitanos, que hacen aquí su tertulia de los sábados.

    Nada más entrar en la taberna, les salió al paso un hombre de mediana edad, en mangas de camisa, que saludó al doctor Ariza con un «don Antonio, buenas noches», en un tono que expresaba cariño, admiración y respeto. El doctor Ariza le tendió la mano y luego se lo presentó a Jovinge:

    -Este señor es Francisco Gómez Rivero, el dueño de esta casa.

    Preguntó el doctor Ariza por sus amigos los gitanos y el dueño de la taberna le señaló la puerta de un reservado lateral, diciéndole:

    -Ahí los tiene usted como siempre discutiendo de cofradías, toros y cante.


La puerta cegada del antiguo reservado lateral de El Uno de San Román, que ocupaba lo que hoy es La Casa del Nazareno

    Una discreta llamada con los nudillos en la puerta del reservado y el doctor Ariza y Jovinge franquearon la entrada entre amables y jubilosas exclamaciones de los allí reunidos, que era un grupo de por lo menos veinte personas, todas ellas sentadas en sillas de tijeras y pequeñas banquetas alrededor de cuatro veladores unidos para formar una sola mesa, encima de la cual campeaba una gran cañera medio llena de cañas de fino. El cuarto, aunque era espacioso, ofrecía un ambiente de aire enrarecido por el humo de los cigarrillos. Una sola ventana daba a la calle, pero estaba cerrada, y la luz era tenue, pues sólo había una lámpara grande colgada del techo con dos bombillas.

    El doctor Ariza saludó muy efusivamente a Juan Antonio Lérida Bermúdez, que parecía el patriarca del grupo, todos ellos hermanos de la cofradía de los Gitanos. Y luego le presentó a Jovinge, lo que hizo en voz alta, para que lo escucharan todos los reunidos. Después de explicarles que era un pintor sueco enamorado de Sevilla y que llevaba poco más de un mes pintando el parque de María Luisa, los jardines del paseo de Catalina de Rivera y la catedral, además de viajar a los pueblos de la provincia, terminó con estas palabras amables:

    -Si queréis saber algo del parque de María Luisa preguntárselo a él, que sabe más que nosotros de aquello. Hasta conoce el nombre de los árboles.

    Jovinge era el centro de las miradas. Él y Ariza se sentaron junto a Juan Antonio Lérida Bermúdez, quien fue presentando a los reunidos:

    -Aquí están hoy con nosotros los hermanos Moreno Vega, gitanos de Triana; Antonio, Nicolás y José, muy unidos a la hermandad. Y los hijos de Antonio, Nicolás y Antonio Moreno Serrano. Estos de la derecha son Juan José y Santos Bermúdez Vargas, Juan Vargas Camacho, Manolo Camacho y Francisco Antúnez Garrido, que tiene un chiquillo que le da la mar de bien a la pelota; aquellos de enfrente son mis hijos, Francisco Javier y José Lérida y Vargas, y junto a ellos, a la izquierda, están Diego Vargas García, Javier Vargas Jiménez, Diego Serrano Vargas, Pepe Boccio y Antonio Heredia Lérida, Pichili. Fíjese usted bien en su cara -dijo a Jovinge- y dígame si no lo conoce.

    Jovinge hizo con la cabeza un ademán negativo.

    -¡Pues es nada menos que el rey san Fernando! -dijo exultante Juan Antonio Lérida. Y continuó-: Nuestro Pichili sirvió de modelo para la escultura de san Fernando que hizo don Joaquín Bilbao y que está en la plaza Nueva. Él trabaja de oficial en mi taller de forja.

    Luego siguió presentando al resto de los reunidos, diciendo:

   -Y estos de la izquierda son Joaquín Serrano, Manuel Lérida García, Sacramento Niño López, nuestro gran patriarca en la hermandad; su hijo Pedro y Miguel Niño Rodríguez, el Bengala, que canta como los ángeles.

    El doctor Ariza terció en la conversación para explicarle a Jovinge una curiosa anécdota de años atrás, cuando Joaquín Bilbao regaló una corona para el Cristo de la hermandad y la junta de gobierno le ofreció una copa de vino en la sacristía del templo. Entonces, en agradecimiento, José Antonio Lérida Bermúdez escribió la letra de una saeta, improvisada, entre copa y copa, que allí mismo le cantó al famoso escultor uno de los hermanos de la cofradía, precisamente Miguel Niño Rodríguez, el Bengala (2).

    Jovinge se interesó por la cañera, un tipo de reposavasos que nunca había visto, hasta llegar a Sevilla. Antonio Ariza Camacho le explicó que eran usadas en casi toda la Baja Andalucía y que eran de metal dorado o blanco con capacidad para cuatro, seis, ocho, doce, veinticuatro, cincuenta y cien cañas. «Aunque hay algunas, muy pocas, de doscientas cincuenta y hasta quinientas. Pero estas últimas están de adorno en los bares. Ya la de cien cañas está reservada a los grandes acontecimientos. Por ejemplo, dos toreros gitanos, Cagancho y Curro Puya, la han pedido aquí en esta taberna en Viernes Santo por la mañana, al entrar la cofradía. La cañera tiene su ritual. Se puede pedir varias veces que llenen la cañera de una docena y no una vez la de cincuenta. Otras veces se dice que pongan media cañera nada más. Depende siempre del ambiente, del tipo de reunión. Ahora el grupo que está con nosotros ha pedido media cañera de cincuenta, pero cuando se vayan animando, acabarán pidiéndola completa de una vez. En cuanto a la manera de servir el vino, casi siempre fino o manzanilla, es la siguiente: se colocan en la cañera las cañas vacías y luego se pasa la cañera por la canilla abierta del barril llenando una a una las cañas. Es un arte llenar las cañas sin cerrar la canilla y no derramar el vino.»

    Juan Antonio Lérida Bermúdez quería que Jovinge visitara la iglesia de San Román para enseñarle las imágenes de la cofradía, que ellos mantenían todo el año en sus altares, pues no temían nada de la gente del barrio.

­    -Mire usted -explicó Lérida Bermúdez a Jovinge-, aquí nos conocemos todos. Tendría que venir gente de fuera para hacernos daño.

    El doctor Ariza indicó a Jovinge que desde la quema de la capillita de San José y otros templos las hermandades y cofradías habían tomado precauciones para evitar daños irreparables a sus veneradas imágenes. «Muchos hermanos hacían guardia durante la noche en los templos, y en algunos casos, como sucede con la Macarena, la mantienen escondida en un lugar secreto, de donde la sacaron para celebrar los actos litúrgicos de Cuaresma y Semana Santa. Todo ello lo hacen con un sigilo ejemplar, pues nadie sabe donde está guardada la imagen. el lugar exacto sólo lo conocen tres personas, que antes se dejan despellejar vivas que decirlo. Son José Ruiz Ternero, Domingo de la Torre Rodríguez y Antonio Román Vila.» 

    -¿Pero es posible -preguntó Jovinge- que intentaran destruir tan famosa imagen y tan querida aquí?

    -Y tan posible. Una noche estuvo a punto de ser destruida, cuando un grupo de desalmados iba por la calle San Luis arriba dando gritos revolucionarios y contra la iglesia.  Menos mal que el sacristán, que era el estanquero de frente a San Gil, se enteró a tiempo de los propósitos de los incendiarios y se fue corriendo a la capilla, envolvió a la Virgen de la Macarena en unos lienzos con la ayuda de Victoria Sánchez Contreras, que era la limpiadora, y se la llevaron al domicilio de esta mujer, en la calle de los Escoberos, en una casa de vecindad. Allí estuvo tres días la Macarena, sobre la cama de Victoria, mientras ella dormía en el suelo, a su lado, de guardia. Y no sólo fue esta vez cuando la Macarena se salvó de ser destruida. En otras ocasiones estuvo escondida en los domicilios del prioste, Manuel Gamero Díaz, y del consiliario, Francisco Pareja Muñoz.

    Jovinge se mostraba inquieto e impresionado por estos informes. Su sensibilidad de artista no admitía que hubiera personas, nacidas en Sevilla, capaces de destruir el patrimonio común de todos los sevillanos. Era una situación nueva para él, verdaderamente difícil de comprender.

    Mientras tanto, la reunión iba animándose cada vez más. Alguien había traído pescado frito, roscas y rábanos. Del bar sirvieron unas fuentecillas de aceitunas gordales aliñadas. El doctor Ariza Camacho pidió a Miguel Niño Rodríguez, el Bengala, que cantara en honor de Jovinge aquella saeta que dedicaran al escultor Joaquín Bilbao.


La antigua efigie del Señor de la Salud en la plaza de San Román en 1934. En la esquina de Matahacas, el rótulo de El Uno.


    Juan Antonio Lérida Bermúdez pidió silencio. El Bengala apuró su caña de fino, mientras algunos del grupo suplían la falta de música de trompetas y tambores haciendo una imitación vocal. Se hizo silencio y el Bengala comenzó a cantar:

Quién te ha regalao esa corona
que a ti te había dado una fortuna, 
Pare mío de la Salú.
Que te había dao una fortuna.
Te la ha hecho don Joaquín Bilbao,
el rey de la escultura.

    El estilo de cante saetero era una novedad para Jovinge y quedó impresionado. Le explicaron que faltaba el ambiente de Semana Santa, el paso del Cristo o de la Virgen entrando en el templo, la plaza llena de gente del barrio, circunstancias inimitables. También le explicaron que desde los balcones de El Uno de San Román, el Viernes Santo por la mañana, le cantaban al Señor los más afamados cantaores y buenos aficionados. Por esos balcones habían pasado Vallejo, la Moreno, Niño Machaco, Manuel Torres, el Niño de Jerez, Antonio Mairena y otros de cartel. Incluso Joaquín Rodríguez Ortega, Cagancho, había cantado saetas una vez. Este matador de toros era de la hermandad de los Gitanos, así como los cuatro hermanos Vega de los Reyes, Curro Puya, Antonio, José y Rafael, este también torero con el apodo de Gitanillo de Triana.

    Jovinge se enteró por Lérida Bermúdez del gesto de la hermandad de los Gitanos en 1932, cuando decidieron no salir procesionalmente a cumplir estación en la catedral. El gobernador civil los presionó enviándoles un donativo, conocedor de la tradicional penuria de esta cofradía, pero la junta de gobierno decidió convertir el dinero recibido en un ramo de flores para la mujer del gobernador. Y al mismo tiempo, los hermanos con traje de calle, descalzos todos, fueron desde San Román a la catedral a las tres de la madrugada, que era su hora de salida el Viernes Santo, para cumplir su turno de vela ante el monumento al Santísimo (3).

    Cercanas ya las doce de la noche, Antonio Ariza y Jovinge dieron por terminada su experiencia gitana. Al cruzar por delante del mostrador, el doctor Ariza fue saludado por Calderón y los dos hermanos Arcas, conocidos cenetistas. Jovinge paseó su mirada por los carteles de toros de la última Feria abrileña y le llamó la atención una página de ABC del día 16 de febrero de 1936, enmarcada, que estaba colgada de una columna, junto al mostrador. Era un anuncio de González Byass, con este inexplicable texto para un sueco: «Votad al tío más grande de España. Al Tío Pepe de González Byass. Jerez.»


1.- SALAS, Nicolás (1986). "Morir en Sevilla". Editorial Planeta. Barcelona.

2.- Sobre el posado de varios hermanos para la estatua de San Fernando y la donación a la hermandad de Joaquín Bilbao véase en el blog "La Corona de Joaquín Bilbao".

3.- Sobre el turno de vela de 1932 véase en el blog "La visita del gobernador republicano".