martes, 10 de marzo de 2020

Y EL TIO QUINI SACÓ A SU SEÑOR

Hace mucho, mucho tiempo, hubo un arzobispo en Sevilla -de cuyo nombre no consigo acordarme- que invitado a predicar en una función de la hermandad se le ocurrió preguntar dónde estaban los gitanos. No sé si fue aquel cardenal catalán que pensó que la hermandad no debía salir en la madrugada del Viernes Santo, porque su pobreza desentonaba con el resto de las hermandades de la jornada, y al que los gitanos convencieron haciéndole al Señor la más espectacular de las túnicas bordadas. O lo mismo fue el navarro que entendía que eso de cantar saetas por martinetes o siguiriyas gitanas era poco más o menos que una irreverencia y había que prohibirlas. En cualquier caso estoy seguro de que de Sevilla o de Andalucía no era, pues aquí tenemos ese sino. Perdonadme, pero hace de esto tanto tiempo que no he podido conseguir más datos.

Aquel día, en aquella función, más de uno se preguntaba: "¿Que dónde están los gitanos? ¿Y yo qué soy?¿Finlandés?". En esa lejana época, la hermandad había crecido mucho, quizás hasta demasiado, y es verdad que la corporación no era ya aquella comunidad de sangre, aquella hermandad étnica de antaño. En ella tenía entrada todo el que supiera querer al Señor de la Salud y a su bendita madre, la Virgen de las Angustias.




El caso es que tales palabras dolieron, como no podía ser menos. Aquel arzobispo tenía que haber hecho, antes de criticar a la hermandad, un examen de conciencia ¿Qué había hecho la Iglesia por los gitanos? ¿Se respetaba su cultura? ¿Se les dejaba ser iguales pero diferentes? Un grupo de gitanos pensó que había que darse a valer, que había que demostrar que ellos, a pesar de todo, seguían ahí, junto a la hermandad que fundaron sus mayores en tiempos duros de persecución, cuando eran los mismos sacerdotes -que tenían los registros de los bautizos- los que señalaban quien era castellano viejo y quien era de los nuevos, esa gente del bronce que merecía ir "a sacar piedras del agua".

Mira por donde que los señores habían pensado que aquel año debía de salir el Señor de la Salud a presidir un Via Crucis, y un tal Manuel Moreno, hijo de José el de la Sal, habló con el hermano mayor, gitano como él.

-Josemari, al Señor lo queremos portar los gitanos. Hacer ver que seguimos aquí. Es sólo una chicotá, no pedimos más.

Y el hermano mayor planteó tal inquietud a su junta, y decidieron que sí, que un grupo de callos reales sacarían del templo al Señor. ¿Qué templo? Tampoco estoy muy seguro si aquello sucedió en el Pópulo, en San Esteban, en San Nicolás, o en alguno de las muchas iglesias por las que pasó la hermandad en su errante caminar.

Había un gitano muy anciano, tío Quini le llamaban. De la familia de los Serrano. Seguramente descendiente de aquel Martín Serrano que reorganizó la hermandad en 1815, después de que las ilustradas autoridades hubieran querido extinguirla. Su padre, de nombre también Joaquín, hijo de un Serrano y una Filigrana, había sido precisamente hermano mayor posteriormente, en otra época aún más dura. Unos tiempos en los que la hermandad lo había perdido todo, incluso a sus Benditos Titulares, víctimas del odio y de la sin razón.

El tío Quini, con sus ochenta y cinco años, pensaba que su tiempo en la hermandad había pasado ya, que aquella era una cofradía muy distinta a la que él había conocido. Se conformaba con venir a ver a sus titulares cuando menos gente hubiera, y rezarles en la intimidad. La mayoría de las personas con las que él había convivido ya faltaban ¿Y quién lo conocía a él ya? ¿Quién sabía de las fatigas de su padre? 

Pero Manuel, el hijo del de la Sal, habló con el tío Joaquín Serrano, con los Antúnez, con los Moreno, con los Vega, los Jiménez, los Lérida, los Vargas, los García, los Rodríguez, los Peña, con todas esas familias que estaban allí desde el principio y a las que el Excmo. y Rvdmo. Arzobispo no creyó ver en aquella Solemne Función. Y se presentaron a las puertas del templo. Y sí, el tio Quini, con sus ochenta y cinco años, agarró la parihuela izquierda de las andas, junto a su gente, y sacó a la calle a su Señor de la Salud, a su Cristo: el de los Gitanos. Y quiso el Señor un lejano primer lunes de cuaresma pasearse por Sevilla en olor de multitudes como hacía mucho tiempo que no lo hacía, y en su semblante de bronce se le veía contento y orgulloso, porque los gitanos seguían con Él, y Él -como decía aquella saeta de Pepe Valencia- seguía muriendo por sus gitanos.

Aquellos hombres habían hecho historia de la hermandad.




domingo, 1 de marzo de 2020

JUNTO AL CANCEL DEL CIELO

 A Francisco Navarro Guerrero (q.e.p.d.). In memoriam.


Mañana será un día grande para la hermandad. El Señor de la Salud presidirá el Via Crucis del Consejo de Hermandades y Cofradías, y toda la ciudad se rendirá ante Él, lo que de seguro nos llenará de un sano orgullo a todos los hermanos. Echaremos sin embargo en falta las caras de los que ya marcharon a su morada celestial, y desde este pasado mes nos va a faltar una más, la de Francisco Navarro.

Paco se hizo hermano allá por mayo de 1961, con veinte años de edad. Él vivía en la Huerta de Santa Teresa, pero tenía su novia en la calle Doña Berenguela, en plena Puerta Osario, y cuando veía que ya se le hacía tarde en la parroquia, o no quería el hombre que lo entretuvieran en "El Uno de San Román" o en el "Remesal", decía:

- ¡Ya voy a estar yo en Doña Berenguela!

La frase originó el apodo con el que muchos lo conocían, "Berenguela", que hasta sonó, no se si por error, en la misa que por su eterno descanso la hermandad le ofreció hace una semana. En mi casa le llamábamos sin embargo "Navarrito", como lo hacía mi padre, que era una docena de años mayor que él, pero con el que pronto compartiría quehaceres en la cofradía, ya que, con sólo veinticinco, Paco fue elegido fiscal en una de las juntas de gobierno de Manolo Moreno (1).


ABC de Sevilla, 11 de octubre de 1966, pág. 53.


Navarrito era uno de los últimos reductos de aquella hermandad familiar que conocí en mi niñez, y desde que tengo uso de razón recuerdo haberlo visto por San Román, pues siempre fue de los hermanos asiduos, presto a echar una mano en lo que hiciera falta. Como era tan atento y tan amigo de sus amigos, lo recuerdo también en mi casa, en una ocasión que se ofreció para ayudar a mi padre en algún arreglo doméstico. Tan cariñoso siempre, mi hermano y yo pensamos que había venido a jugar con nosotros, y debimos de darle aún más faena.


Jura como hermano de honor el que fuera alcalde de Sevilla D. Juan Fernández y García del Busto el 4 de febrero de 1969. Al fondo, portando el estandarte, Francisco Navarro Guerrero. Él fue uno de los donantes de aquella insignia (2).

Aquel niño que fui yo, y aquel muchacho de veintitantos acabarían compartiendo junta muchos años después, a mediados de los noventa. Paco Navarro fue prioste segundo con Juan Miguel Ortega Ezpeleta, y yo un demasiado joven e inexperto secretario, pero alguna vez sí me escapé de la secretaría para ayudar a Luciano Conde y a él en la priostía, y se viene a mi memoria una anécdota que me ocurrió la única vez que ayudé a bajar al Señor del altar. Torpe de mí, me pillé los dedos con la peana, por miedo a soltarla antes de tiempo y que pudiera pasarle algo al Cristo, y Paco, viendo la uña amoratada, con la confianza del que te conoce de toda la vida, me consoló:

-Eso nos ha pasado a todos la primera vez. El novato siempre es el último en sacar la mano. Es mucha responsabilidad bajar al Señor.

Mi último madrugá de nazareno, después de tantos años en las filas del Señor de la Salud, decidí que colgaría mi túnica saliendo con la Virgen, y mira por donde, justo detrás mía, tuve toda la noche a un nazareno llamado Francisco Navarro Guerrero. La verdad es que me avergonzó pensar que aquel hombre siguiera al pie del cañón con setenta y tantos años y yo pensara que con cincuenta ya era mi hora de dejar el hábito, pero también ahí el veterano hermano tuvo sus palabras para mí:

-Bueno, no deberías retirarte, pero prepárate para disfrutar de un palio andando. Ahora vas a ver como anda tu Virgen y lo que te has perdido todos estos años -porque Navarrito, con todo lo que quería al Señor, moría con sus Angustias.

Con Ella estará ya, y mañana, cuando estemos en el santuario sé que al mirar para la puerta pequeña, echaré de menos la cara de Paco. El solía sentarse allí en las misas, junto a la portón que da a la tienda de recuerdos, como en San Román las escuchaba de joven en pié junto al cancel, fuera miembro de junta o no. No he conocido en la hermandad a nadie más sencillo, con menos afán de protagonismo y menos ganas de figurar. Pero mañana, cuando Angustias vea a su Hijo salir a las calles de Sevilla, se que alguien, junto al cancel del Cielo, tampoco se perderá un detalle y se sentirá tan orgulloso o más que nosotros: Mi querido Navarrito, que tanto bregó por su hermandad.





1.- Francisco Navarro fue elegido fiscal en cabildo general de elecciones para primeros cargos celebrado el 18 de julio de 1966, cuando se votaba con listas abiertas. Una vez la autoridad eclesiástica los aprobaba, se publicaba en prensa, de ahí la diferencia de fechas entre el cabildo y la nota de prensa de ABC.
2.- Véase en el blog "El estandarte de las monjitas trinitarias".