miércoles, 1 de julio de 2020

MISTER GORDON FAUDREE Y EL ESTANDARTE

Traemos este mes a nuestras páginas un documento, no muy antiguo, pero que contiene una anécdota que oí contar a mi padre innumerables veces, y que nos da pié a hablar de la hermandad de los años sesenta del pasado siglo. Una hermandad en la que pasaban cosas que hoy difícilmente se podrían ver. En algunos casos, como éste, afortunadamente. A pesar de que en este blog nos inunde frecuentemente la nostalgia, no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor, pero quizás sea momento, después de la que hemos pasado, de darle un toque de humor a estas páginas.

Se trata de un fragmento del cuadrante de 1964 que recoge el último tramo de la Virgen y la presidencia. El primer cuadrante que realizó mi padre como secretario.




Contaba como aquel año, en los días de reparto de papeletas de sitio, se encontró con que no había manera de "vender" el estandarte. Utilizo este último verbo, que es el que él usaba de broma, pero con cierto sentido, porque en esa época, varas, insignias, bocinas y demás puestos destacados tenían otro precio más elevado que el del cirio normal y corriente. No eran muchas las insignias, con sólo tres tramos en el Cristo y cuatro en la Virgen: cruz de guía, senatus, bandera del Señor, bandera de la Virgen, reglas, bandera concepcionista y estandarte. Además del entonces mayor desembolso económico, siempre ha sido más sacrificado sacar una insignia, ya que no puede faltar del cortejo, y salvo que alguien te releve, no puedes moverte del sitio en caso de una necesidad. Y lo de hacer un relevo... más de uno escuchó alguna vez aquello tan socorrido de "cinco minutitos y ahora vuelvo" y acabó metiendo la insignia en San Román.

Decíamos pues que era el último día de reparto. Ciento cincuenta y dos papeletas dadas en el Señor, y ciento setenta y ocho en la Virgen. Todavía el mismo Jueves Santo se tendría que dar alguna más, como vemos en el cuadrante, en el que a última hora se ven escritos a mano los nombres del actual Duque de Alba, entonces un chiquillo, y del administrador del palacio de las Dueñas D. Ricardo González de la Peña, pero el caso es que a punto de terminar las papeletas, el estandarte todavía no tenía portador, y mira por donde que -para alivio de mi padre- apareció por las escuelas parroquiales un inglés que venía a hacerse hermano con intenciones de salir de nazareno esa misma Semana Santa. Al secretario no le extrañó. Él mismo, sólo unos años antes, llegó un Miércoles Santo a San Román, se hizo hermano, pagó su papeleta, y tuvo que alquilarle un cirio a Carrasquilla porque a la hermandad no le quedaba ya ni uno. Así que cuando llegó el inglés vio el cielo abierto, e inmediatamente le ofreció el estandarte.

- Esta es la insignia más importante de la cofradía. Representa a la corporación, por eso es la que cierra el cortejo. ¡Vamos, Míster, que va a ir usted en un sitio privilegiado, viendo a la Virgen en todo momento!

Aceptó el inglés, pero añadió que también tenían que proporcionarle una túnica. Aunque por esas fechas ya había bastantes hermanos que las tenían de su propiedad, la hermandad aún conservaba un ropero de túnicas para cederlas a los que no disponían de una. Eso sí, las había de la talla del españolito medio de entonces, y no de la de aquel británico aspirante a nazareno, que al parecer era más largo que un día sin pan. Encontraron una, cortita, pero bueno... aquello se podía solucionar sacándole el dobladillo. Así que con ella se fue, más contento que unas pascuas, Mr. Robert Gordon Faudree, que así se llamaba el hombre, aunque, como veis, mi padre le puso en el cuadrante Roberto, que sonaba más "cristiano".

El problema fue cuando, bien porque no entendió aquello del dobladillo, o bien porque no encontrara quien se lo hiciera, el guiri se presentó la madrugada del Viernes Santo en San Román con el hábito nazareno sin arreglar y enseñando las pantorrillas, que parecía que talmente iba a pescar ranas. El secretario en aquella época nombraba a la cofradía de cabo a rabo desde la capilla (1), e iba entregando uno a uno todos los cirios e insignias, así que se le cayó el mundo encima cuando lo vio llegar y se dio cuenta de la que había organizado, pero hizo la vista gorda y le dio la insignia. Por si faltaba poco, ya en la calle y desde la presidencia, observó como Gordon Faudree portaba el estandarte totalmente vertical, sin echárselo al hombro. Eso sí, caminando de lo más marcial, casi marcando el paso de la oca. En definitiva, lo que se llama un numerito.



He conseguido investigar un poco sobre aquel don Roberto Gordon Faudree. Licenciado en filosofía y Letras por la universidad de Oxford, se encontraba en aquellas fechas contratado como profesor del Instituto Británico de la calle Federico Rubio. Debía de ser el hombre un tanto aventurero. Años antes había hecho sus pinitos como arqueólogo en Egipto (en la red se pueden encontrar referencias a piezas encontradas por él), y entre las conferencias que impartió en el sevillano Instituto Británico, hubo precisamente una que se título "Adventure and archaeology" (2). No sabía aquel Indiana Jones todavía lo que era una autentica aventura: sacar el estandarte de la Hermandad de los Gitanos.


1.- Contaba mi padre que aquel primer año se quedó afónico, así que para el siguiente alquiló un micrófono con su amplificador, recibo que guardo en casa. El reparto de los cirios e insignias fue tarea del secretario hasta 1977, que empiezan a encargarse los diputados de tramo.
2.- ABC de Sevilla, edición de 14 de diciembre de 1961.



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