jueves, 1 de septiembre de 2022

UN MAL ENTENDIDO FOLKLORE

A partir de 1942 nuestra hermandad se enfrentó a un serio contratiempo. Hacía ya décadas que las autoridades eclesiásticas se habían propuesto erradicar los componentes más festivos de nuestra semana mayor, atajando así mismo comportamientos que, indudablemente, no eran los más apropiados para esta conmemoración religiosa, y que en cualquier caso desdecían el carácter penitencial de las cofradías. Los años republicanos, con su exaltación de lo popular, significaron quizá un retroceso en esta línea de actuación, pero tras la guerra civil, con la implantación de lo que se vino a llamar el “nacionalcatolicismo”, y con el riguroso Cardenal Segura pastoreando firmemente la diócesis, se iba a tratar de imponer a toda costa el buen orden y la compostura en las procesiones, utilizándose para ello medidas ejemplarizantes en las que, todo sea dicho, no siempre se midió a todo el mundo con el mismo rasero. 

Para todo ello, el palacio arzobispal iba a contar con un instrumento adecuado. En febrero de 1941, a solicitud del ayuntamiento, se había constituido la llamada Comisión de Cofradías, órgano que en un principio estaba destinado a estudiar el reparto entre las hermandades de la subvención municipal. Al contrario que su inmediato precedente, la Federación de Hermandades y Cofradías, que se había ensayado durante la república, esta comisión se destacó por un fuerte intervencionismo de la jerarquía eclesiástica, de modo que hasta su mismo presidente debía de ser un sacerdote delegado directamente por el arzobispado. Se puso al frente de la misma a D. Jerónimo Gil Álvarez, que en su juventud fue mayordomo del Calvario, y que tanto tuvo que ver en el orden procesional de la madrugá. Su inspiración se va a dejar sentir en la elaboración del reglamento de dicha comisión aprobado en octubre de 1941. En el artículo 1º.a) del mismo se establece como uno de los fines principales del mismo “contribuir celosamente a que las estaciones de penitencia se efectúen con la debida compostura y religiosidad”.

En la Semana Santa del 42 la comisión comenzó a imponer sus medidas correctivas, en algún caso con consecuencias muy duras, como pasó con la entonces recién creada hermandad de Jesús Despojado, a la que se le retiraron las reglas y se le nombró una junta gestora que no llegó a tomar posesión de su cargo, lo que llevó a esta corporación a la práctica extinción.

Entre las hermandades de la madrugada, la de Triana y la de los Gitanos fueron igualmente sometidas a un expediente disciplinario, que en nuestro caso concluyó el 16 de septiembre de ese año con un decreto del vicario general del arzobispado, en el que se ordenaba el cese inmediato de la junta de gobierno en funciones y se nombraba una comisión gestora. Dicha gestora debía de estar presidida por el cura párroco de San Román, D. Abraham Pérez Herrero, “y formada exclusivamente de gitanos, formando parte de ella Antonio Vega de los Reyes, Diego Vargas García, José Vega Niño, Juan José Bermúdez Vargas y otros hasta el número de veinte, con las condiciones de que sean personas solventes en el orden moral y religioso y tengan la autorización de esta Jurisdicción Eclesiástica” (1).

El hecho de que se especificara que la comisión gestora había de estar formada exclusivamente por gitanos parece indicar que quizás estos eran los que menos protagonismo habían tenido en el desorden, en unos años en los que se permitía salir de nazarenos hasta a personas que no eran hermanos ni protectores, los llamados "simpatizantes", para así ayudar a paliar los gastos de la salida procesional.


El coadjutor de Santa Catalina, D. Aurelio Martín Bogarín, departe con un nazareno de Los Gitanos y otro de la Macarena durante el regreso de la cofradía por la calle Martín Villa. Fotografía de autor anónimo de la Fototeca Local de Morón, publicada en el Anuario de 2020 por José Manuel García Rodríguez (2).

Además de velar por el orden de la procesión en las futuras estaciones de penitencia, el citado decreto encomendaba a la gestora la elaboración y presentación de unos nuevos estatutos a la aprobación del ordinario. La hermandad se regía todavía por las viejas reglas de 1818, que ya habían quedado desfasadas en la práctica, e incluso derogadas en parte por las distintas disposiciones que se habían venido dictando por el arzobispado. Buena prueba de esta inadecuación la da el hecho de que, aunque desde 1929 se utilizaban por nuestros nazarenos las túnicas actuales, las antiguas ordenanzas, todavía vigentes, aún disponían como hábito reglamentario en la estación de penitencia la vieja túnica de holandilla negra. No se le pasó por alto este detalle al señor vicario, que en uno de los apartados de su decreto sancionador ordenaba restablecer el antiguo hábito –quizás pensando que el vestirlos de negro obligaría a una mayor seriedad a los nazarenos más revoltosos- aunque matizaba después que “en caso de imposibilidad pondrán en la actual un distintivo especial y visible que impida el que forme parte en su procesión otros nazarenos provenientes de otras cofradías de igual manera de vestir”. 

En otros apartados de este decreto se sancionaba a la hermandad con una multa de mil pesetas, cantidad  importante en aquella época y que venía a coincidir con lo que se recibía de subvención del ayuntamiento. También se le obligaba a cambiar el itinerario de regreso, haciéndola volver por la plaza de la Alfalfa en lugar de por la calle Tetuán, como era entonces tradicional en nuestra cofradía. Para terminar, y en un tono que suponía una muy seria advertencia –más si pensamos lo que pasó con la hermandad de Jesús Despojado- se añadía que “Si en la próxima salida procesional de esta Cofradía en la Semana Santa próxima venidera no se garantizara suficientemente el orden y la compostura de la procesión, prohibiremos su salida, y si se repitieran los desórdenes llegaremos, si necesario fuera, a la extinción total de la Cofradía”.

Un mes después de la publicación del decreto, quedaba aprobada la composición final de la nueva junta gestora, en la que, junto a los ya citados Antonio Vega de los Reyes, Diego Vargas García, José Vega Niño y Juan José Bermúdez Vargas, se añadían los nombres de Francisco Antúnez Garrido, Joaquín Serrano Filigrana, Manuel Filigrana Heredia, Juan Caballero Heredia, Antonio Filigrana Lérida, Antonio Vega Niño, Santos Bermúdez Vargas, Miguel Niño Rodríguez, Diego Serrano Vargas, Manuel Ríos Vargas, Javier Lérida Vargas, Rufino Moreno Moreno, Manuel Camacho Vargas, Manuel Rodríguez García, Joaquín Serrano Bermúdez y Diego Jiménez García. 

En la Semana Santa de 1943, al caer un fuerte aguacero en la madrugada del Viernes Santo, desistieron de hacer estación las hermandades del Silencio, Gran Poder, Macarena y Calvario. Las dos cofradías que habían sido sancionadas el año anterior, Triana y la nuestra, decidieron en sus respectivos cabildos efectuarla, aunque retrasando la hora de salida. En Santa Catalina, antes de salir, se juramentaron los hermanos ante el Señor para no abandonar la cofradía en ningún momento, aunque arreciaran las lluvias. Las crónicas de prensa de aquel año destacaban el recogimiento de los nazarenos de ambas hermandades, señalando que se había acabado con “un tipismo que era accidente y no fondo, como se ha demostrado.” (3).

Es en este contexto en el que tenemos que entender el documento que hoy traemos a estas páginas. Un artículo aparecido durante la cuaresma de 1945 en la Hoja del Lunes (4), en el que su autor, el militar, caballero mutilado de guerra, y poeta sevillano Manuel Enrique Torres Clavijo, trata de hacer, no sin cierto paternalismo, una defensa a ultranza de nuestra cofradía y de la religiosidad de los gitanos. Dice así:

COFRADIAS SEVILLANAS

LOS GITANOS

En la madrugada del Viernes Santo, llena de humildad interior y exteriormente, hace estación de penitencia al templo metropolitano la Real Cofradía de Nazarenos del Señor de la Salud y de su Santísima Madre, advocada en sus Angustias.

Es una Cofradía pobre, económicamente; pobre por sí y pobre porque lo son también sus cofrades, gitanos en su mayoría (los Vega, los Heredias, los Román (5), los Torres, y los Jiménez). No hay ningún gitano millonario, como no lo hay blasfemo.

El vulgo populachero ha hecho en torno al desfile procesional de las Santísimas Imágenes de Los Gitanos un falso escándalo de falta de recogimiento, y es que por su sólo nombre creen los que no conocen su interior, la Reglas de la Cofradía, ni sus piadosos cultos, ni la abnegación y sacrificio que supone rehacer por dos veces la Hermandad, desde las Veneradas Imágenes hasta la Cruz de guía, que el carácter gitano puede ostentar su alegría peculiar junto al dolor de su Virgen. Los gitanos tienen su corazón y un hondo sentimiento de fe, absoluto e intangible. Tras el ciclón que levantó la horda, arrasando y destruyendo hasta los cimientos de la iglesia de San Román, templo de la Hermandad, forma parte del recorrido la parada ante lo que fueron ruinas ennegrecidas para rezar, presididos por sus Santas Imágenes, un Santo Rosario de desagravio, de rodillas, llenos de unción y compunción los gitanitos. Y con un silencio absoluto. Protestación de pública fe, aunque nunca un gitano pecó de irreligión.

La falta de respeto, triste es decirlo: parte del pueblo, no del de Sevilla, sino de este heterogéneo, falto de piedad y carente de respeto, turista y divertido, que trastoca el sentir del sevillano, y que espera ver el desfile de los "Gitanos" por si alguno en su sayal de penitencia lleva escondida una guitarra.

Los "Gitanos" quieren cumplir con su deber. Este año, ellos y la señorita Maruja Queipo de Llano, camarera de honor perpetua de la "Señora", (los gitanos la llaman así), han ofrecido a sus Sagradas Imágenes un solemne quinario, una función de Instituto, una procesión claustral y una Salve solemnísima a la "Señora", y como complemento, una misa de Comunión general. Lo mismo que los demás en cuanto a cantidad de fieles, piedad y recogimiento.

Y todo el poco dinero que los gitanos tienen lo han dedicado al culto de sus Imágenes durante el año. La Cofradía no es una forma ocasional de manifestación en la madrugada del Viernes Santo; es, para ellos, un culto más, y también los gitanos son hijos de Dios. Quizás los procedimientos porque ellos llevan sus penas con una alegría característica, que no se compone de vino y cante, sino de estoica y alegre resignación, pensando que Dios las dispuso. 

Yo soy testigo. Volvía a desfilar, tras el último incendio, con una pobreza decente, la Cofradía "gitana". (¿Por qué no?.) Yo no sé porque los labios sonríen con la pobreza, pero sí sé que a la exclamación indiscreta y forastera, después de desfilar las anteriores Cofradías, llenas de lujo y riqueza, de: "¡Qué pobre va "esta" Virgen!", una voz gitana contestó "¡Pero es la más bonita del mundo...!"; y fue a decir algo más, pero no pudo, estaba llorando; miró a su Virgen "nueva" y siguió su ruta triste el nazareno.

¡Los gitanos son muy "probes", Señor! No estrenan más que las velas, pero sus luces parpadeantes, las últimas de la madrugada del Viernes Santo, son reflejos de las llamas de fe de unos corazones que nunca Te traicionaron.

M. E. TORRES CLAVIJO


1.- Decreto de la Vicaría General del  Arzobispado de Sevilla de 16 de septiembre de 1942. Archivo de la Secretaría de la Hermandad de los Gitanos.

2.- GARCÍA RODRÍGUEZ, JOSÉ MANUEL/SIERRA LOZANO, JUAN MANUEL. "Dos fotografías inéditas del Señor de la Salud localizadas en Morón de la Frontera". Anuario de la Hermandad Sacramental de Los Gitanos. Cuaresma 2020. Página 142.

3.- Diario ABC, edición de Sevilla del 24 de abril de 1943. Página 4.

4.- La Hoja del Lunes. Edición del 12 de marzo de 1945. Página 6.

5.- Torres Clavijo introduce erróneamente el apellido Román entre los propios de los gitanos por la popularidad del activísimo "hermano protector" José Román Gutiérrez, muy conocido en la Sevilla cofrade de la época por su pertenencia a la Hermandad de los Gitanos.