lunes, 1 de febrero de 2016

UNA PATRIÓTICA PROCESIÓN




Corría el año de 1814, acababa de culminar la expulsión de las tropas napoleónicas del país, y después de tantas tragedias y penalidades, tocaba festejar el final de la guerra y el retorno a España de Fernando VII. Fue un Domingo de Ramos cuando se supo en Sevilla que el monarca había entrado ya en el territorio nacional, y hubo que calmar los ánimos para que se respetara la liturgia de los días sagrados y no se echaran al vuelo las campanas de la Giralda. Pasada la Semana Santa, durante los meses de Abril y Mayo, se sucedieron las celebraciones en la ciudad por la vuelta al trono de "El Deseado", sobrenombre con el que el pueblo llamaba al hombre que simbolizaba todo por lo que se había luchado, y los gitanos de la época no permanecieron desde luego ajenos a los acontecimientos.

Fernando VII retratado por Goya.

Es verdad que la Hermandad estaba postrada desde que tres décadas atrás el Real Acuerdo de la Audiencia ordenara su extinción apoyándose en la pragmática-sanción de 19 de Septiembre de 1783, una norma que supuestamente se proponía la integración “de los que hasta aquí se han llamado gitanos o castellanos nuevos”, pero que en el caso de los gitanos sevillanos y su cofradía sólo sirvió contradictoriamente para despojarles de lo que más les unía al resto de sus conciudadanos. En el ánimo de estos hombres estaba pues que la nueva situación política favoreciera la reorganización de la Hermandad de sus mayores, y que el culto privado que habían continuado rindiendo particularmente a sus sagradas imágenes, volviera a ser público y reconocido.

Así las cosas, el 14 de Mayo de aquel año, una comitiva de gitanos y gitanas de la ciudad y su arrabal y guarda marchó hasta el convento de las Dueñas, solicitó a las religiosas un retrato que éstas poseían del monarca, y así, en procesión, acompañados por velas y cirios y con música marcial, atravesaron la urbe para llevar solemnemente dicho retrato hasta el convento del Pópulo y depositarlo en la capilla de sus antiguos Titulares, al pié de los mismos. Celebraron una función religiosa en agradecimiento por la restauración en el trono del legítimo rey, y después festejaron el acontecimiento a las puertas del cenobio, cuya fachada habían iluminado a propósito con candilejas. La celebración continuó al día siguiente, que hicieron el camino inverso para devolverles el cuadro a sus propietarias. 
  
La Hermandad iniciaba de este modo el camino de su reorganización, en el que destacó el herrero de Triana Martín Serrano, hermano de antiguo, que incluso pidió al procurador D. Patricio de Puertas, depositario de las alhajas y bienes incautados por la Audiencia décadas atrás, una antigua demanda de la cofradía con la que solicitó limosnas a las puertas del Pópulo para reunir fondos con los que renovar el culto. 

Recreación de la fachada de la iglesia conventual de Nuestra Señora del Pópulo a partir de un conocido grabado de 1748 de Pedro Tortolero.





Con estas ilusiones andaban los hermanos cuando aconteció un suceso que casi da al traste trágicamente con ellas. El 16 de Febrero de 1815 se produjo un incendio en la iglesia del Pópulo. El fuego, que se inició en el órgano, se propagó rápidamente y causó gran estropicio en la nave del edificio, pero gracias a la Providencia se logró rescatar al Santísimo Sacramento y a Imágenes y enseres antes de que fueran pasto de las llamas. Se habilitó provisionalmente un oratorio en el exterior y efectuadas con prontitud las obras de reparación, en Mayo se celebró función solemne costeada por el cabildo catedralicio para reabrir el templo.

Poco después, el mismo Martín Serrano, con Lope Navarro y Juan de Flores, sería firmante de un escrito fechado el 29 de Julio de 1815 por el que solicitaban a la audiencia permiso para celebrar el cabildo de reorganización. Con esta solicitud se adjuntaba un certificado del Prior del Pópulo, Fray Francisco Gómez de San Antonio, en el que daba fe de que, a pesar de todas las vicisitudes por las que había atravesado la corporación, “en todos tiempos han continuado los hermanos de dicha Hermandad tributando los más reverentes cultos, y cumpliendo con lo que es de su obligación respecto a las funciones sacramentales en la administración del Viático, por no existir otra Hermandad en el expresado convento”. Se refería el Prior a como los hermanos acompañaban a los frailes en las sacramentaciones que hacían a deshoras, pues al ser el Pópulo ayuda de parroquia de la Magdalena, tenía encomendado dichos oficios extramuros de la puerta de Triana, lo que da cuenta de la antiguedad del carácter sacramental de la Hermandad.

Viril sobre rompimiento de nubes con cabezas de angelitos que ilustraba las Reglas de la Hermandad aprobadas en 1818, aludiendo así a la función sacramental de la corporación.

No sabemos si Fernando VII llegó a tener conocimiento de cuanto habían celebrado aquellos hombres y mujeres su regreso, pues aunque algunos historiadores de las cofradías fechan en aquel tiempo su recibimiento como hermano y la concesión del título de Real a la Hermandad, no ha quedado constancia documental. Lo que sí es cierto es que gracias a los desvelos de aquellos antiguos hermanos la cofradía subsistió y no se perdió como tantas otras después de las vicisitudes por las que pasó, y de seguro que, si no el monarca, sí que el Señor de la Salud y su Bendita Madre de las Angustias les tuvieron que recompensar sus contínuos trabajos.





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