Mi amigo Manuel Rodríguez Fernández, Manuel "Guiamo", guarda con cariño un viejo recorte de prensa. Procede, según nos parece, de alguna revista o periódico de tirada nacional anterior a la guerra civil, y en él aparece su padre, Pedro Rodríguez García (1), vestido de nazareno en sus años mozos. A su lado, un anónimo saetero, con un flamenco pañuelo de lunares al cuello, canta al paso de nuestra cofradía.
Digo que debe ser anterior a la guerra porque Perico Rodríguez fue un joven más de aquella generación que, de un día para otro, sin comerlo ni beberlo, se vio envuelta en una terrible contienda fratricida. Volvió de ella como sargento jubilado y con el cuerpo lleno de metralla para el resto de su vida. Parecido fue el caso de Joaquín Serrano Filigrana, hermano mayor en el año de la bendición del Señor, que igualmente regresó herido del frente y tuvieron que darle una pensión, aunque mucho peor le fue al hermano Juan Caballero Heredia, cuyo nombre aparecía en las intenciones de la convocatoria de los cultos cuaresmales de 1939 con un triste "Caído por Dios y por España".
Pero no vamos a escribir hoy sobre la guerra, sino que este entrañable recorte con el saetero cantando a pie de paso nos va a dar la ocasión de tratar un asunto que se dio unos años antes, en 1929, la prohibición de las saetas cantadas por profesionales decretada por el cardenal don Eustaquio Ilundáin.
En enero de aquel año, el de la Exposición Iberoamericana, el cardenal publicó una carta pastoral en la que, además de exhortar a las hermandades a disminuir la presencia de las mujeres tras los pasos, suprimir las paradas injustificadas de las procesiones, o que las cofradías de madrugada estuvieran todas recogidas en su templo a las nueve de la mañana, proponía que no se permitiera la interpretación de saetas por los profesionales del cante, pues en su opinión estaban desvirtuándolas. Es interesantísina la exposición de motivos:
"Desde hace algún, tiempo viene adulterándose en algunos detalles la legítima tradición religiosa y sevillana de algunas procesiones de la Semana Santa, con perjuicio del verdadero espíritu religioso. Esto ocurre, entre otros, en el canto de las llamadas "saetas", por haberse introducido la práctica de cantar "saetas" por cantores de teatros u otros artistas, requeridos al efecto para hacer alardes de voz o de arte, desde los balcones de Casinos o Centros de recreo o desde otros edificios particulares, convirtiendo así la "saeta", que debe ser una plegaria espontánea inspirada por la piedad personal, en un espectáculo que por sus circunstancias resulta impropio de la religiosa gravedad y devoto recogimiento reclamados por la naturaleza de las procesiones de nazarenos penitentes conmemorativas de la pasión y muerte de Nuestro Divino Redentor" (2).
Quizá cabría preguntarnos qué criterio usaría un señor nacido en Pamplona y llegado a Sevilla sólo unos años antes para observar esa adulteración del cante por saetas, que al contrario, por esas fechas, y gracias particularmente a cantaores gitanos, se había engrandecido, y dejando atrás esos monótonos melismas que aún se conservan en algunos pueblos, había tomado de la siguiriya, la toná y los martinetes una mayor prestancia.
El caso es que se convocó a los hermanos mayores de todas las cofradías sevillanas a una reunión en el palacio arzobispal el cuatro de febrero de aquel año, donde se les dio lectura de la carta en presencia del vicario general y el notario eclesiástico. No debieron de salir muy convencidos los señores hermanos mayores, porque al terminar la reunión, muchos marcharon a entrevistarse con el alcalde. Al no encontrarlo, dejaron una carta reclamando una reunión, firmada por los hermanos mayores del Calvario, San Roque, la Macarena, la Estrella, la Soledad de San Buenaventura, la Exaltación, la Quinta Angustia, las Aguas, la Lanzada, la Carretería, el Gran Poder, el Museo, San Isidoro, San Bernardo, Los Panaderos, Santa Cruz, Estudiantes, Cristo de Burgos, Siete Palabras, el Cachorro, Esperanza de Triana, Coronación de Espinas, Cristo del Amor, Santo Entierro, la Trinidad, San Juan de la Palma, la Calzada, el Buen Fin, Pasión, la Cena y San Vicente. ¿Y por qué no firmaría esa carta el hermano mayor de los Gitanos? (3).
Nuestra hermandad siempre tuvo a gala no contratar saeteros. Al Señor de la Salud y a la Virgen de las Angustias no se les cantaba por dinero, sino por devoción. Eso era una norma no escrita que siempre se respetó. Es más, yo creo que sí a alguno de los grandes cantaores y cantaoras gitanos de esas décadas la hermandad les hubiera ofrecido dinero, se habrían sentido hasta ofendidos, como si se estuviera poniendo en duda su gitanería. Nuestra cofradía no tenía de que preocuparse y en ese sentido considerarían que el decreto de Ilundain no les afectaba. ¿Pero que pasó entonces ese año? Lo de estar recogidos antes de las nueve de la mañana, ya os digo que no se cumplió. Entramos a las diez, y la Macarena a las doce, pero ya se sabe que si no andan las de delante, las de atrás no tienen otra opción que tragarse el retraso acumulado. En cuanto a las saetas, lo mejor sería traer unos comentarios que publicó El Liberal en su crónica de la Semana Santa del Sábado Santo:
"Este año han escaseado los cantaores profesionales en los balcones. ¿Por cumplir una orden que se ha entendido mal? No. Porque los «cantaores» han pasado de «vivos» á «divos». Hay profesional que se ha dejado pedir por cantar en un balcón tres mil pesetas por dos días. Los ha habido que querían por la madrugada solamente cinco mil pesetas. «La copia andaluza» los ha vuelto locos. Cantar en un balcón es dejarse la garganta pegada á los hierros; pero, ¡caramba, mil duros son muchas pesetas!" (4).
La cosa quedó pues en agua de borrajas, pero aún así, un año más tarde y haciendo balance de la madrugada del Viernes Santo, el mismo periódico no evitaba hacer el siguiente comentario:
"En San Román han cantado los «cañís prohibidos»: Manuel Torres, El Gloria, Caracolillo y otros sin cartel.
¡Y han cantado de bien!" (5).
Foto de la entrada de la cofradía alrededor de 1929 tomada por Juan José Serrano. Archivo Serrano. Fototeca Municipal de Sevilla. |